El impaciente
El que espera, desespera. A. Machado
12/23/20246 min read
Ahora, aquí en la fila que cada noche me toca hacer, no puedo dejar de pensar en cómo la vida me ha llevado hasta aquí.
Es cierto que siempre fui impaciente, que las esperas, largas o cortas, siempre me pusieron nervioso. Peores las esperas con otros esperando a mi lado, salía entonces mi versión más hobbiana –el hombre es un lobo para el hombre- y primitiva.
¿Cómo llegué hasta aquí?
Yo viajaba mucho. Era un hombre de negocios ocupado, casi importante –así me sentía-, que iba corriendo de un lado a otro. Largas jornadas de trabajo, reuniones tensas, negociaciones difíciles… incluso tenía una amante. Pero tenía todo bajo control. Y les aseguro que no siempre es fácil.
Aquel viaje era uno más entre muchos: vuelo transoceánico por la noche, reunión por la tarde, cena de trabajo, película en la habitación del hotel, desayuno con un cliente, visitas a proveedores durante la mañana, y vuelo de vuelta a media tarde hacia mi continente. Pero todavía no hacia mi casa. Tenía dos días más de trabajo en aquella planta automotriz de aquella ciudad industrial de aquel país de maquilas que tanto me disgusta pero que tantos beneficios nos daba. Proporcionales a la tristeza que me provocaba ver aquella pobreza industrial. Y antes de llegar a ella, debía hacer escala en aquella capital de aquel país desolado.
Salí del hotel con las mismas ganas de siempre de abandonar aquella capital. Tal vez empezó todo con la lentitud del conserje para encontrarme un taxi. El taxista conducía lentamente, al punto que me puse nervioso y le pedí que acelerara.
Al llegar al aeropuerto, otro taxi se cruzó delante el mío para quitarnos el estacionamiento. Del carro salió una pareja arrogante y desagradable: él con aire antipático, ella con aspecto de sobrevenida de las que se las da de marquesa, de marquesa teñida de rubio oxigenado. Todavía no era consciente de que me habían metido el primer gol: 0-1
Me inspiraron un desprecio instantáneo, y me olvidé de ellos hasta que los vi en la fila del mostrador para hacer el check in. Se intentaron colar en la fila de clase ejecutiva, pero cuando el personal de la compañía aérea les pidió la reserva, los envió a la cola de clase turista, donde –justo aquel día- me encontraba. Estaban detrás de mí, y no repararon en que yo era el pasajero del taxi al que habían cerrado el paso.
Trataron pasar delante de mí argumentando que perdían el vuelo, mi mismo vuelo. Prácticamente exigían que les dejaran saltarse el turno, y entonces tuve que obstinarme en que respetaran la fila. Les tocó quedarse detrás mío. 1-1
Me quedó una nube de mal humor, pero se fue diluyendo al paso por el dutyfree: probándome perfumes y admirando las inmensas estanterías de whyskies, entré en un universo imaginario de lujo y placer.
Como era de esperar, tarde o temprano tenía que encontrarme a la desagradable pareja en la sala de embarque. Parecían unos chiquillos saliendo de la feria del pueblo cargados de dulces y golosinas…sólo que en esta ocasión salían de las tiendas sin impuestos cargados con perfumes, botellas de alcohol y bisutería.
Empezamos a embarcar por grupos. Estaban inquietos. Ajustaban las compras en diferentes bolsas y hablaban entre sí de forma nerviosa. Uno entiende las ganas de sentarse en el avión y dejar de estar haciendo colas como borregos, pero estaban más alterados de la cuenta. No tardé en entenderlo: en su miserable competitividad querían colocar sus compras en los compartimentos superiores del avión. Era deleznable: se abalanzaron en cuanto pudieron, empujando incluso a una viejita que se quedó pidiendo ayuda con la mirada para que le colocaran la maleta de mano…ellos se precipitaron y ubicaron sus bolsas en el espacio donde ella apuntaba con sus ojos.
Afortunadamente, una amable azafata resolvió la situación con profesionalidad.
Todo esto lo pude observar desde mi asiento 18C. Ellos estaban en el 17A y 17B.
Me había sentado antes, así que iba ganando 2-1. Pero probablemente, al desembarcar del avión, ellos empatarían. Tenían mejor “pole position”.
Ya en el aire, el imbécil sacó su maletín de trabajo desconsideradamente, haciendo ruidos y dando codazos a su pareja la marquesa tetona y a la víctima que tenía al lado, en el 17C. Del mismo modo, echó el respaldo hacia atrás con tal agresividad, que mi pobre vecino se asustó.
Estaba cansado de mi anterior vuelo transoceánico, así que me eché a dormir. A medio vuelo me entraron ganas de orinar. Me daba pereza levantarme, y como calculaba que no faltaba mucho para aterrizar, decidí aguantarme. Pero por qué aguantar, me preguntaba al mismo tiempo. Ojo que luego, en la aduana, la fila se podría ralentizar y me entrarán urgencias. ¿Voy o no voy? la duda shakesperiana me consumía. Y justo cuando había tomado la decisión de levantarme, vi que mi rival se incorporaba. Traté de apresurarme, pero entre mi somnolencia y su mala educación, el tipo iba a alcanzar el pasillo antes que yo. En décimas de segundo puse mi pie derecho en el pasillo para obstaculizar su paso, me levanté, adelanté mi cuerpo, y cuando ya casi estaba sacando mi pierna izquierda, él ya estaba a la altura de mi asiento y se encaminaba hacia el baño. Estaba claro que había acelerado el paso para ganarme la partida de la orinada. Había jugado sucio. Estaba claro que estábamos compitiendo. 2-2. No contaba con este gol artero.
Mientras él salía del baño, evité su mirada y lo ignoré. No quería que su actitud soberbia me humillara mientras el muy perro - ¡pobres canes! - todavía se estaba subiendo la bragueta.
Al volver hacia mi asiento, pude ver el artificial escote de su mujer. Unas tetas grandes, plásticas y sin ninguna sensualidad. Me inspiraba tirarle algo encima, una coca-cola, un café caliente, la deleznable hamburguesa o lo que fuera para ridiculizar su delantera…hasta pensé en una cerveza…pero eso me llevó a otra dimensión. Para matar el tiempo de vuelo y humillarlo a él, decidí desear a la marquesa.
Y este fue mi sueño-deseo:
Iba al fondo del avión a pedir un whisky, y mientras la azafata lo preparaba, aparecía la marquesa tetuda. A verme recibir el whisky, me sonreía invitándome a sentarnos juntos en última fila.
Me coqueteaba sin reparo: cruzaba las piernas elegante y sugestivamente, me rozaba el cuerpo como sin querer, la conversación la dirigía por recovecos ambiguos, me hacía preguntas indiscretas que algo insinuaban…pero la culminación del eros, venía cuando aparecía el marido sacando fuego por los ojos al ver que su mujer estaba charlando conmigo con una actitud seductora, casi provocadora…y justo entonces la ensoñación quedó interrumpida porque anunciaron que íbamos a aterrizar y había que abrocharse los cinturones de seguridad.
El avión aterrizó, y cómo era de esperar, gracias a su ventaja táctica -17B siempre sale antes que 18C-, ganó el punto. Estaba en dificultades: 2-3
Últimos lances del partido: todos alrededor de la cinta para recoger el equipaje. Y como no podía ser de otra manera, la impresentable pareja allá estaba en primera fila ansiosa y tratando de ocupar todo el espacio posible para recoger sus maletas. Ella, maquillándose y limándose las uñas sin ningún pudor frente a todo el mundo. Él, en actitud de sheriff vigilando las maletas que no llegaban, como si alguien pretendiera robárselas.
Afortunadamente, la mía salió rápido y enseguida me encaminé hacia la zona de taxis. Había empatado. 3-3
No entendí por qué había tan pocos taxis aquel día – más tarde supe que porque estaban dando en televisión un partido de la selección nacional-, pero la cuestión es que me costó bastante encontrar uno.
Cuando por fin pude subirme a uno, me llamó la atención un pequeño barullo alrededor de un taxi… Y allí estaba la detestada pareja: peleando y discutiendo con una pareja que llevaba un bebé en brazos por subirse al carro.
No me pude resistir, era mi momento:
Le pedí al chófer que se acercara suavemente hacia el taxi en disputa, y cuando tuve la oportunidad…¡zas! abrí la puerta con fuerza y golpeé con toda mi fuerza la espalda de mi enemigo. ¡4-3! ¡¡Gooool por la escuadra en el último minuto! Me llenaba una mezcla de sentimiento entre el de Iniesta en la final del Mundial del 2010 y el de Robin Hood.
Pero resultó que mi rival se quedó KO en el suelo; la marquesa, desesperada, le hablaba, pero el otro no reaccionaba…al caer se había desnucado.
Fui condenado por homicidio culposo y enviado directamente a la cárcel…de aquella ciudad industrial de aquel país de maquilas que tanto me disgusta pero que tantos beneficios nos daba...en aquel país desolado.
Para evadirme de mi realidad, a veces me imagino de paso por el dutyfree, probándome perfumes y admirando las inmensas estanterías de whyskies, incursionado así en un universo imaginario de lujo y placer.
Este ensueño me sirve especialmente en momentos como el de ahora, donde en la fila para la cena, tengo un preso delante que se me ha colado ya en dos ocasiones, e instintivamente aprieto el mango del cuchillo con fuerza, porque me pongo impaciente…
FIN